Alcanzo a mirar como las manecillas describen la misma y aburrida trayectoria, sin atreverse a resbalar más rapida o lentamente, y si elevo la mirada, justo cuando logro divisar exactamente una línea perfecta que junta al seis con el doble del mismo, sabré que no he dormido otra noche más, deseando que este momento nunca llegue, la batalla que tanto tiempo me negué a concretar, sabiendo que mi enemigo me espera con la ansiedad marcada en el rostro y un revólver con mi nombre, sin embargo, rehusarme a terminar con esto es algo que ya no está en mi lista de pendientes.
Esta mañana, todo se resumía en un susurro del viento que no me permitía siquiera escuchar esas sutiles melodías que esas guitarras de la plaza se arriesgaban a tararear, ya no servía de nada tanta tinta regada en esas hojas de manos ajenas, tantos pasos que se escaparon con pereza de estos pies que se reacían a continuar, hasta el cielo me rogaba que me detenga, aunque sus lágrimas solo me sirvieron de aliento.
Ahora que estoy aquí, solo ansío una sonrisa al azar en este rostro antes de que la muerte lo pueda besar, que el buen amigo no dude en estrechar estas manos que se pondrán rotundamente frígidas, que la gente ya no se tome la molestia de llamarme cobarde cuando la hipocresía pesa más en sus conciencias, que el epígrafe de esta historia llegue a aclarar algo mi falaz incertidumbre, que la pesadumbre decida marcharse por sí sola.
En este momento que él esta frente a mí, el miedo me acaba de abandonar junto con mi alma marchita, los dos estamos inmóviles, mirándonos como dos desconocidos que apenas conocen el odio, ninguno se atreve a pronunciar palabra, es que todas estarán prohibidas, lo único que ambos esperamos es el fin de la escena, un arma, dos balas, la sangre del que corra primero tendrá que lavar la culpa del otro, solo que aquí no hay desenlace, aquí solo hay un comienzo...